domingo, 8 de noviembre de 2009

Manifiesto de EL OJO DE MEDUSA

[Éste es un texto redactado por los pintores Dhante Loyola, Javier Márquez, Inti Santamaría y Eduardo Tecozautla. Fue publicado en 2007 por la revista mexiquense Molino de letras; ésta versión corregida es la más reciente.]


EL OJO DE MEDUSA


... nada hay ya de belleza ni de consuelo salvo para la mirada que,
dirigiéndose al horror, lo afronta y, en la conciencia no atenuada de
la negatividad, afirma la posibilidad de lo mejor.
TH. W. ADORNO, Minima Moralia

El Ojo de Medusa es un colectivo de jóvenes artistas mexicanos. ¿Otro más? Pues sí, pero nos distinguen varios rasgos: 1) somos pintores, 2) somos figurativos, 3) buscamos una reacción emocional del espectador, 4) defendemos la forma estética frente a una predominancia del discurso conceptualista. Ésta es nuestra reflexión:

LA CAJA DE PANDORA

Partamos de una realidad: hoy a cualquier cosa le dicen arte. Desde el cuerpo propio o ajeno hasta ciudades enteras, pasando por metal, piedras, luz, agua, mercurio, sangre, semen, mierda, video, ruidos, manipulaciones genéticas, ramas y hojas, fetos animales o humanos, naves industriales, gases cancerígenos, electrocardiogramas, cultivos hidropónicos, papel, acciones de riesgo extremo, plástico, meras ideas o ¡incluso! óleo sobre tela, actualmente estamos en posesión del más grande acervo de materiales e «inmateriales» artísticos jamás disponible.

El legendario orinal duchampiano destapó la Caja de Pandora: a partir de él la vida y el arte se confunden mutuamente. ¿Es el arte derribado de su pedestal, o más bien es la realidad aupada al aura de lo museable? Poco importa: uno y otro término son ya espejos confrontados entre sí. La realidad sobreestetizada por el diseño, la Internet, los teléfonos que sirven de oficinas en miniatura, la ropa de vanguardia, la paredes marcadas con graffiti, los peinados a la moda y demás indicadores de gusto, de infinitos gustos, nos ahogan con un superávit de signos. La sociedad del simulacro y del consumo, la «pantalla total» y la superficialidad, toman el lugar de antiguas y graves cuestiones humanísticas y metafísicas. Todos somos ready-mades.

Hay un «ocaso de los dioses» en el que se eclipsan los referentes reales, los significados claros, las trascendencias, la estabilidad, la cosa-en-sí, las definiciones unívocas, las verdades objetivas o cualquier verdad. Todo queda en nada, en no creer nada, en no esperar nada. El resultado es que, hagamos lo que hagamos, cualquier cosa será arte si así lo decidimos.

Éste es el arte hegemónico o de mainstream, el arte de feria, supermercado o bienal. Es eminentemente aestético o «postestético» (Donald Kuspit), no estético. Es neo-, post- o tardoconceptual. Tal arte usa la forma como un simple medio para explicar un mensaje: una consigna, un sermón, un eslogan o una ocurrencia «chistosa». Es la ilustración (fotografiada, videograbada o incluso pintada) de una idea. A veces es sólo el trasplante a la obra de un pedazo de realidad cruda y banal.

Tal fenómeno artístico de infinitas posibilidades significa una riqueza. Obras impresionantes y conmovedoras, cuestionadoras, lúcidas, divertidas y críticas, nos han llegado gracias a una actitud radicalmente abierta, impensable hace apenas cien años, por ejemplo. Pero, por desgracia, abrir estas puertas de libertad también ha significado abrirlas a muchos charlatanes.

LOS EXQUISITOS

Al mismo tiempo que el arte es cada vez más amplio y variado, también su contenido adelgaza, se va desvaneciendo hasta no ser ni sombra de sí mismo. Es un «arte en estado gaseoso» (Yves Michaud) en el que, según dicen, todo vale, hasta la idea más gratuita y zonza, y cualquiera de nosotros puede ser un artista. Es más, quizá hasta todos somos ya artistas y no nos hemos dado cuenta.

No bastan los críticos y curadores para legitimar a semejantes artistas. Éstos mismos ya necesitan ser sus propios teóricos si quieren «hacerla». Huelga subrayar la oscuridad y el hermetismo de sus discursos rebuscados e indescifrables pero huecos y baratos. Hace falta leer 50 libros a modo de manual antes de poder entender qué peregrina puntada pasó por la cabeza del «creador». Heidegger, Wittgenstein y Derrida para entender las ocurrencias de un aspirante a Polo Polo.

El MERCADO absorbe entonces esta producción artística. Se desata a la sazón el vórtice de frivolidad, egoísmo, banalidad, trivialidad, simulacro, efectismo y cinismo. Muchos —no todos— de quienes lo hacen son artistas/autistas desconectados respecto del público, muchas veces propulsados por una saludable cantidad de dólares. Y tal actividad es percibida como «una diversión ociosa y hasta perversa para una sociedad internacional de clase media y alta en decadencia» (Pablo Helguera).

Es un arte cool para gente bonita totalmente Condechi asidua a las secciones de sociales y a las revistas rosas, pero revestida de pretensiones cultas. A estos especímenes los llamamos Exquisitos: arribistas y diletantes que viven de premios, becas, ventas y promoción en un mercado inflado, situaciones auspiciadas por políticas culturales ignaras. ¿Cuántos de éstos seguirán dedicándose al arte cuando ya no esté en boga? ¿Cuántos no serán mañana publicistas, empresarios restauranteros, escritores de best sellers, cantantes, actores de teleseries, conductores de radio, gigolós, diputados o —lo peligroso— profesores?

Buena parte del arte contemporáneo es un signo ideológico de ADSCRIPCIÓN SOCIAL, un signo de estatus. En el mero fondo de esa ideología sólo hay DINERO, y es desde el dinero que los coleccionistas (poco dados a teorizar) dictan qué es permisible y qué debe ser excluido.

¿Cómo reacciona el público? A la mayoría no le importa, o no sabe/no contesta. El arte autofágico y endogámico afecta a sus autores y compradores, y sólo a muy pocos más. Pero si uno decide dejarse de esnobismos y abandona los panegíricos del rebaño triunfal, la cosa es muy otra. Es como El traje nuevo del emperador: no tragamos el anzuelo y descubrimos inmediatamente que el monarca anda desnudo por la calle, como desnudas de contenido están innumerables obras del llamado arte alternativo, de cuya libertad tantos se aprovechan.

¿QUÉ HACER?

Dentro de tan devastado panorama ¿nos mesaremos los cabellos en apocalíptica indignación ante este «fin del arte»? ¿Denunciaremos la situación actual mientras somos presa de nostalgia por otras épocas? ¿Armaremos un berrinche de lloriqueos autovictimizantes y golpes de pecho? ¿Culparemos de todo al «imperialismo yanqui» y al «capitalismo burgués»? ¿A los conquistadores españoles de 1521? ¿Nos entregaremos al complejo del derrotado, agraviado y resentido social? ¿Declararemos que esos artistas son usurpadores, espurios y peleles, y nos autoproclamaremos únicos artistas legítimos?

La peor táctica es la de «ni los veo ni los oigo». Porque el hecho es que el arte postconceptual define hoy el canon artístico, y los Exquisitos ya predominan. Fingir que éstos son sólo una pandilla de lelos es ignorar su influencia, es como darle la espalda a un tornado. Es hacer de avestruz.

En el actual juego artístico no hay reglas: todo mundo hace lo que quiere sin más. Es como cuando, en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, el Dodo y otros animales emprenden una carrera: «empezaban a correr cuando tenían ganas y paraban cuando querían, de modo que no era fácil saber si la carrera había o no terminado.» Hasta que la galopada finaliza y el Dodo proclama: «Todos ganaron, y todos deben recibir premio.» (Con la diferencia de que en el arte contemporáneo sólo pocos se reparten el pastel del dinero y del prestigio.) Cuando no hay reglas, las que sean, el juego deviene absurdo.

¿Traeremos, como evangelistas, la Buena Nueva de una «vuelta al orden» tras el caos del arte contemporáneo? ¿Sanearemos la moral artística? No, nada más triste que un sermoneador. Lejos de nosotros la vocación de clamar en el desierto.

Si el panorama es puro vacío, bailemos a nuestro aire en ese yermo y asumamos como propio tal disparate. Sin necesariamente reivindicar definiciones últimas ni esencias estables, diseminémonos como un virus con lo que tenemos que expresar. Asimilemos lo disponible como hacen los antropófagos (así lo recordó el brasileño Oswald de Andrade): el hombre de la Amazonia deglute al más valiente de sus enemigos para vigorizarse. Con las piezas existentes armemos nuestra propia estructura. Si todo es tan libre y ya no hay límites, también cabemos nosotros, aunque nuestra actitud no sea cool. Los Exquisitos ya impusieron el lenguaje dominante, y ellos lo usan para su verborrea. Con ese lenguaje les dirigiremos nuestras palabras.

En El Ojo de Medusa queremos alcanzar lugares inéditos dentro de la pintura. Estamos abiertos a explorar nuevos materiales, realizar permutaciones singulares de los espacios y formatos, abordar maneras inventivas de organizar la forma, hibridar nuestro lenguaje plástico hacia la gráfica y la tridimensión, o asumir reflexiones y cuestionamientos propios de prácticas postconceptuales o electrónicas (las que sí son serias), por ejemplo. No somos puristas. Y es que en el fondo nada recriminamos al arte contemporáneo. No estamos contra ese arte: es contra los artistas Exquisitos y su modito.

En concreto ¿qué proponemos como pintores?

¡ES LA ESTÉTICA, ESTÚPIDO!

Cuando no hay consenso acerca del significado o el sentido último de las obras de arte, lo principal que nos queda son las FORMAS: el aspecto externo de las obras, los elementos visuales evidentes que todos contemplamos. Podemos entonces manipular esas formas y entregarnos a sus posibles combinaciones infinitas.

Pero no se trata de formalismo, pues no atribuimos una entidad trascendental a las líneas y los colores como hicieron Konrad Fiedler, Heinrich Wölfflin, Henri Focillon o Roger Fry, por ejemplo. Antes bien, reconocemos en las formas un término que sirve como medio para expresar contenidos, significados no unívocos ni propios de una mera ilustración de una teoría preelaborada.

Nos importa lo formal porque en una obra estética (no postestética o conceptualista) la forma está unida intrínsecamente a un contenido: no puede modificarse el aspecto perceptible sin alterar el significado que transmite. Eso es la estética: en griego, aisthesis = percepción. El soporte físico, el regodeo en los colores, las texturas, las capas de óleo delgadas y espesas, las huellas y marcas del pincel, el goteo y los escurrimientos, el tejido del lienzo: todos ellos son aspectos esenciales de un arte pictórico fiel a sus técnicas y materiales. Cennino Cennini revisitado.

Tenemos una ética artesanal, manual. Profesamos uno de los antiguos atributos griegos del arte: areté = virtud o excelencia. Creemos que el ejercicio del arte requiere un compromiso constante, un desarrollo gradual, ordenado, sistemático, metódico y fundamentado en el rigor y la disciplina de la práctica cotidiana, con la cual se obtienen resultados sólidos. Cada pintura realizada de este modo es el producto de un proceso nada fácil. Que no entre aquí quien no sepa dibujar. Categóricamente, el dibujo es la estructura y base de todas las artes visuales: «la probidad del arte». Esto lo reforzamos con nuestra revalorización del dibujo académico.

En la estética el contenido no es expresable por meros conceptos: va más allá de lo intelectualmente enunciable. Por eso, en El Ojo de Medusa nuestro arte parte de lo visual y termina en lo visual (citando en otro contexto a Frank Stella, «lo que ves es lo que ves»: somos orgullosamente retinianos), pero puede pasar por una gran cantidad de contenidos posibles.

Entre esos contenidos, el cuerpo de la mujer y el cuerpo del hombre son los núcleos sobre los que gira nuestra obra. El ser humano concreto nos resulta un referente cardinal. Implica un contacto directo de una persona (que pinta) a otra persona (que es pintada), involucra una relación real yo-tú.

El cuerpo (bien) representado en una obra específica nos conecta con nuestros sentidos. Y la percepción sensible de la imagen busca generar una fascinación, un encanto en quien mira. Si la obra está exitosamente resuelta, se transforma en un microcosmos organizado cuyas partes se corresponden entre sí: es un orden, pero un orden otro, distinto del empírico. Y aprovechamos esa brecha que ha quedado entre el arte y la vida «real» para actuar en ella, no para confundir el arte con la mera experiencia cotidiana.

Tal orden se relaciona con la belleza, esa categoría hoy tan denostada. Nuestra idea de lo bello está tocada por el simulacro y el horror. Simulacro porque sabemos que la belleza es una ficción y, pese a todo, la necesitamos: no es ni más ni menos ficticia que nosotros. Y horror porque sólo tiene sentido cuando es parida por la necesidad de sanar una realidad terrible. La auténtica belleza nace del reconocimiento de lo negativo, de la mirada en el abismo: das Ungeheure (lo monstruoso, inmenso, estremecedor) nietzscheano, la Otredad que nos recuerda, contra la mera contemplación desinteresada, que en el arte «siempre es más allá» (Octavio Paz).

Hacemos cuadros en los que la pintura figurativa no sólo representa cosas visibles, sino que detona en el espectador un efecto emotivo intenso, para que a partir de él sea evocado un significado. De esa manera compartimos y nos comunicamos emocionalmente y de modo directo con el público. Lo que hacemos puede llamarse FIGURACIÓN EMOCIONALISTA.

Y, sobre todo, tenemos sinceridad con nosotros mismos y no fingimos ser lo que no somos sólo porque esté de moda en las galerías o entre los curadores más chic o in. No platicamos ni escribimos nuestras obras: las exponemos para que sean vistas.

Así como la Medusa encanta hasta petrificar a los que se le acercan, así nosotros buscamos seducir la mirada de quienes ven nuestras obras.

¡ARTISTA, NO SEAS PENDEJO! ¡APRENDE A DIBUJAR!




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