domingo, 8 de noviembre de 2015

«Bagatelles»



Oye las Seis bagatelas para cuarteto de cuerdas, Op. 9, de Anton Webern, compuestas entre 1911 y 1913.

Son pequeños juegos formales, enigmas urdidos por un ingenio enfocado en los detalles nimios. Engranajes de relojero.

¿Comunican algo?

No en el evidente plano semántico. En primera instancia no representan nada. Habitan el vacío. Su primer referente son ellas mismas. Son como delicadas joyas autocontenidas, especímenes únicos. Son casos de suprema gratuidad, huérfanos de un modelo que imiten.

Pero atención: para aprehenderlas debes someterte al «libre juego de las facultades», como dice Kant. Es decir, el intercambio entre la razón, el entendimiento y la sensibilidad. (Debes someterte a este libre juego para aprehender lo que sea, pero en grado extremo para oír estas bagatelas.)

Estas obritas no «representan» nada, pero son detonadores de un mecanismo en quienes las oímos. Su trascendencia es la de ponernos en cuestión, interpelarnos, hacernos confrontar nuestra propia capacidad de lectura y juicio... Son artilugios con los que nosotros —mecanismos también— dialogamos.


El arte como grata máquina inútil.


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martes, 3 de noviembre de 2015

BREVE ATISBO A LA IDEA DEL TIEMPO EN UN ARTE DEL ESPACIO

[El siguiente texto mío apareció publicado origimalmente en LMI Magazine, la revista del Laboratorio Mexicano de Improvisación: http://www.labimpro.com/uncategorized/breve-atisbo-a-la-idea-del-tiempo-en-un-arte-del-espacio/ .]

Parémonos por un momento frente a uno de esos grandes libros ilustrados con fotos de las pinturas del Renacimiento italiano. Es casi seguro que encontraremos entre esas páginas varias reproducciones de grandes ciclos de murales al fresco. Pongamos por caso el celebérrimo techo de la Capilla Sixtina, por Miguel Ángel Buonarroti.

Veamos ahora una de las fotos con detalles de esos frescos. ¿Cuánto tiempo pudo tardarse el artista en pintar cada una de las figuras humanas? Si pensamos que todo ese techo contiene 343 figuras humanas, y que está documentado que realizar todo el ciclo le tomó cuatro años al artista, tenemos, después de hacer una sencilla operación aritmética, que en promedio hizo 85.7 figuras al año, poco más de siete al mes, cerca de una y media a la semana, casi ¼ de figura al día.

Semejante contabilidad, en un caso como éste, parece ociosa; acaso lo sea. Pero es una muestra de dos fenómenos que se daban al comienzo de la modernidad de las artes visuales —que es el momento del cual estamos ocupándonos, los comienzos del siglo XVI—:

  1. a) Los pintores, escultores, orfebres y arquitectos dedicaban sus fatigas a ocultar el minucioso proceso que los llevaba a terminar su obra. Las superficies lustrosas de una escultura en bronce, y los difuminados perfectos en una pintura al fresco, si bien tomaban un tiempo considerablemente largo en ser acabados, no daban en su resultado final ninguna pista sobre las técnicas ni los procedimientos que siguiera el artista. Tales obras semejaban estar caídas del cielo sin etapas intermedias, o haber nacido directamente de la mente de su creador (como se dice que la diosa griega Atenea nació brotando, ya adulta y hasta con armadura, de la frente de Zeus).

  1. b) Como consecuencia de lo anterior, el factor del tiempo daba la apariencia de no formar parte de la elaboración de las obras. Éstas, tan perfectas, terminadas, redondas y cerradas, bien podían haber tomado algunos meses o quizá varios años en su fabricación, sin que aquellos quienes las vemos tengamos una pista clara acerca de que ocurrió atrás del aspecto definitivo que contemplamos.

Adelantémonos ahora unos 150 años. Estamos ahora a mediados del siglo XVII. Podemos ahora hojear en nuestro libro unas reproducciones de cuadros de Rembrandt y Velázquez. Las cosas han cambiado, y mucho.



Especialmente en las obras de madurez de esos dos artistas, es evidente que en las superficies de los lienzos ya no existe un afán por ocultar las pinceladas, sino, muy al contrario, por hacerlas evidentes. Si un siglo y medio antes las imágenes no nos comunicaban nada acerca de su elaboración física, ahora lo proclaman de una manera abierta y explícita. Detrás de la pintura resultante existe una elaboración manual cuyos pasos podemos ahora ver sin ambages. El pintor, como individuo real y concreto, existente —como tú y yo— en el tiempo, afirma su propia presencia a través de las huellas que va dejando durante la fabricación de sus obras. Sus creaciones no parecen surgidas mágicamente ya terminadas con perfección beatífica de un impersonal reino platónico; antes bien, son las imperfecciones de su superficie las que dan testimonio del individuo particular que se esforzó en manufacturarlas.

Sobre las pinturas de Velázquez afirma Ortega y Gasset: «A sus contemporáneos les parecía que no estaban “acabadas” de pintar, y a ello se debe que Velázquez no fuese en su tiempo popular. Había hecho el descubrimiento más impopular: que la realidad se diferencia del mito en que no está nunca acabada.»[1]

Si nos adelantamos 200 y 300 años más, atestiguaremos el triunfo o definitivo de esta idea. El arte moderno, en sus innumerables vertientes, difícilmente busca otra cosa que ser un testimonio de fenómenos transitorios, dinámicos e inacabados. Incluso las tendencias modernas que han buscado manifestar verdades que califican como «intemporales», «universales» o «eternas» (especialmente aquellas tendencias ligadas a ideas religiosas o espiritualistas, v. gr. la teosofía de Piet Mondrian, por poner un solo caso), nunca han podido desligarse de la moderna preocupación por la historia ni de esa aparente obsesión de la modernidad, y la post- o tardomodernidad, por estar alerta en todo momento ante el tiempo más efímero: el presente.

¿Dónde queda la improvisación dentro de este panorama?

En las artes visuales es muy difícil abordar el tema de la improvisación como tal, al menos de la manera natural en que sí se puede hablar de improvisación en teatro, música o danza. Tuvimos que esperar al siglo XX, y de manera particular a la segunda mitad de ese siglo, para poder atestiguar el nacimiento de muy variadas tendencias del arte visual que se han ocupado de trabajar con el tiempo real de la acción del artista.

Es del todo imposible abordar esa enorme variedad de artistas, obras e ideas en el poco espacio disponible aquí. Sin embargo, puedo mencionar casi al desgaire unos casos que me parecen emblemáticos en una investigación de cómo puede improvisarse en las artes visuales.

No creo exagerar si señalo como fundamental el papel de John Cage (1912-1992) a la hora de involucrar el transcurso del tiempo real en la naturaleza de una obra. Y no sólo en la música, en la cual el transcurso del tiempo es obvio prácticamente siempre. Fue sobre todo la borradura de las fronteras entre disciplinas artísticas la que permitió que pudiera pensarse en los happenings como manifestaciones de algo más que no fuera teatro, ni música, ni pintura ni otra cosa que un suceso determinado en un tiempo y un espacio, nada más. Dentro de los happenings se lleva a cabo un proceso de indeterminación que requiere una vigilancia muy aguda por parte de los participantes; pienso que el término «improvisar» es adecuado aquí.


Otro caso, más tradicional, en el cual el transcurso del tiempo real es básico, es el de la caligrafía oriental. Un calígrafo japonés no hace igual un mismo ideograma cada vez que lo escribe. (Si bien es cierto que nadie nunca hace igual un mismo signo, en este tipo de caligrafía la diferencia se vuelve crítica y fundamental para apreciar este arte.) Es la unión entre el artista y el papel en un instante dado, y con una dinámica e intensidad completamente particular, la que le da al resultado una fluidez que sería imposible alcanzar si el ideograma pudiera ser retocado y enmendado. El signo es producto de un solo instante, y todo en él se refiere a su elaboración en el tiempo. El mismo instrumento tradicional de este tipo de caligrafía, el pincel empapado en tinta negra, hace imposible que no se note la velocidad y la presión de la mano y del brazo. Esta experiencia existe desde hace muchos siglos, pero en Occidente ha sido valorada desde hace relativamente poco, gracias al fenómeno, que arriba está descrito, acerca de la preocupación moderna por el tiempo.

Baste con estos dos ejemplos para ilustrar otras tantas maneras en que la creación visual puede relacionarse con el tiempo real de su producción física.

En subsiguientes ensayos seguiré acercándome al terreno de la improvisación en las artes visuales.

[1] «Introducción a Velázquez.—1943» en La deshumanización del arte e ideas sobre la novela; Velázquez; Goya, Porrúa, México, 1986, pág. 85.

domingo, 18 de octubre de 2015

"Perder el tiempo como un artista": Un texto de Hugo Álvarez

[El siguiente escrito ha aparecido este mes de octubre de 2015 en la página http://input.es/contemporanea/perder-el-tiempo-como-un-artista/ . Su autor es Hugo Álvarez.]



I do believe in time travel.
Time travel to the future.
(Stephen Hawking)


Isidoro Valcárcel Medina (Murcia, 1937) acaba de recibir el premio Velázquez 2015. Valcárcel Medina es un artista aparentemente muy distinto del pintor sevillano. Sus acciones son tales como saludar desde el andén a los pasajeros de un tren que no hace parada en la estación, dar conferencias en morse o fotografiar un reloj de Madrid cada día durante un año. Dedicaciones que pueden parecer una pérdida de tiempo, pero que nos permiten plantear algunas preguntas: qué tipo de ocupación es el arte, cuál es la división entre el horario laboral (trabajo) y el tiempo libre (ocio), qué es el tiempo en términos productivos y qué papel juega la libertad en relación con él.


La finlandesa Pilvi Takala (Helsinki, 1981) trabajó como becaria durante un mes en el departamento de marketing de Deloitte, donde solamente unas pocas personas conocían la naturaleza artística de su proyecto. Podemos verla en una mesa sin hacer nada o pasando una jornada completa en el ascensor. Esto termina por crear una atmósfera insoportable con los compañeros de oficina, que se preguntan por su extraño comportamiento y piden explicaciones a los jefes.


Takala argumenta lo siguiente: “la persona que está sin hacer nada no está ocupada con ninguna tarea, por lo que tiene el potencial para cualquier cosa. Este no-hacer carece de sitio en el orden general y es por ello que supone una amenaza. Es fácil erradicar cualquier actividad en marcha que ponga en peligro el orden, pero el potencial para cualquier cosa es un estímulo constante que no tiene solución.”


Se puede pensar que reivindicar la pereza en España es un esfuerzo innecesario, pero no se trata de defender la holgazanería en sí misma sino el potencial resistente del tiempo no productivo. En un momento de la grabación, Pilvi le explica a un colega -presumiblemente inquieto ante quien le parece que está vagueando- que está haciendo un poco de “trabajo intelectual” (brain work en los subtítulos en inglés, el idioma original es finés). De esta manera podríamos clasificar la obra de Isidoro Valcárcel Medina, nombrado pionero del arte conceptual.


El “brain work” de Valcárcel Medina le lleva, en 1973, a llamar a alguien al azar cuando le instalan un teléfono en casa. Sin un propósito concreto más allá de presentarse amablemente. Está dando así un uso imprevisto a un elemento, un uso diferente al cotidiano que nos hace preguntarnos por la esencia de ese objeto (tanto como objeto físico “teléfono” como objeto conceptual “comunicación”), abriendo posibilidades alternativas y multiplicando los mundos. Este carácter socrático es definitorio de la práctica artística de Valcárcel Medina.


De hecho, cuando se habla de sus proyectos, no es extraño que Valcárcel Medina adopte una posición como la de Sócrates (play the Socratic card?) para intentar sembrar más preguntas antes que ofrecer demasiadas respuestas. En la entrevista con él que publicamos en el número 3 de Input, sostenía que la “vida bien vivida es arte”. Por su parte, el filósofo de Atenas trataba de enseñar que, en lo que se refiere a nuestras acciones, buenas y bellas son sinónimos.


Este concepto socrático de belleza encaja perfectamente con la idea de compromiso de Valcárcel Medina. Tras recibir el Velázquez, Isidoro renegaba de la producción de obra como pieza externalizable y finalizada y afirmaba su trabajo como una tarea inacabable. En el año 2012, dentro del marco del festival PHotoEspaña, se celebró la muestra Nuestro trabajo nunca se acaba en Matadero Madrid. El planteamiento expositivo partía de la obra Artist at Work (1978), en la que el artista serbio Mladen Stilinović “se documenta a sí mismo a través de una serie de fotos en las que aparece tumbado en la cama, sin hacer nada, poniendo en cuestión la separación entre la vida, el arte y el trabajo”.


Hay una definición muy interesante y citada de Valcárcel Medina: “El arte es una acción personal que puede valer como ejemplo, pero nunca tener un valor ejemplar”. Si nos preguntásemos si las acciones pueden ser ejemplares como las obras pueden ser maestras, esa frase de Isidoro nos da una contestación que rebaja la épica y trata de “banalizar” el arte como algo que sucede habitualmente y no de una manera extraordinaria en contextos privilegiados. “Acción” es en principio una palabra de la ética que en el siglo XX pasó al terreno del arte. La vida como el compendio de todas nuestras acciones, y nuestras acciones como un tejido continuo que se entrelaza a su vez con otras vidas y otras acciones, es la sustancia básica del tiempo. Por tanto, el arte como trabajo que nunca se acaba puede ser entendido en el sentido de la exposición de Matadero y, de forma complementaria, en el sentido socrático de Valcárcel Medina: si la obra por excelencia es nuestra vida.


Hugo Álvarez

sábado, 10 de octubre de 2015

EL ARTE DE DEFINIR QUÉ ES ARTE (CONTEMPORÁNEO) - Un texto de Florencia Magaril



[A continuación reproduzco un texto interesante que me he encontrado. Es un escrito de Florencia Magaril publicado en la página Hipermedula.org: http://hipermedula.org/2013/04/el-arte-de-definir-que-es-arte-contemporaneo/ ]



Cuando hablamos de “lo contemporáneo” hacemos referencia a lo que ocurre en nuestra época, lo que coexiste, lo actual, lo nuevo, lo de hoy. Sin embargo, una vez establecido en la reflexión sobre el arte, lo contemporáneo se vuelve una categoría que va incrementando su capacidad descriptiva y el conjunto de manifestaciones que comprende. Lo contemporáneo como un espacio maleable donde la reflexión actualiza sus herramientas y ensaya construcciones conceptuales que dan cuenta de la incesante experimentación que el campo del arte potencia.



Una primera acepción del arte contemporáneo es aquella que lo ubica como un fenómeno que comienza a mediados del siglo XIX.


En su libro Arte Actual. Diccionario de términos y tendencias (1985), el crítico Leonel Estrada lo define del siguiente modo: “Movimiento que a partir de mediados del siglo XIX aparece como una revolución artística que se inicia y trata de apartarse progresivamente del arte tradicional de Occidente. Genéricamente, el Arte Contemporáneo es una discordancia que no se ciñe a problemas formales, técnicos o estéticos sino que es algo que afecta su uso social, creando perplejidad en la gente. Ya no es la belleza el canon de medida; ni es la perspectiva, ni la proporción, tampoco son ya la armonía y la simetría lo que este arte ilustra. De ahí que el espectador pregunte, frecuentemente en este arte contemporáneo, ¿Qué es lo que esto significa?“.



En este sentido, el arte contemporáneo se caracteriza por tener múltiples interpretaciones, “opened-ended” que implica que la comprensión del arte no siempre ocurre y los públicos muchas veces se confunden o desilusionan. Esperan una definición única y verdadera sobre qué es el arte y la frustración aparece cuando se confrontan con los múltiples modos de conceptualizarlo. La búsqueda por la comprensión del sentido inscripto en las obras se vuelve al mismo tiempo meta y obstáculo en la relación que establece el arte contemporáneo con sus públicos.



Lo contemporáneo en el arte también ha sido asociado al surgimiento de las vanguardias históricas. Peter Bürger plantea que la meta de las vanguardias históricas (futurismo, dadaísmo, surrealismo, cubismo, expresionismo) fue la reconciliación del arte con la praxis de la vida. En su intento por eliminar el vacío entre arte y vida la vanguardia debía destruir la institución arte y transformar su aislamiento en una fuerza productiva para el cambio social. A través de las vanguardias, según Bürger, el subsistema artístico alcanza un estadio de autocrítica, tanto contra el aparato de distribución artístico, como contra el status del arte en la sociedad moderna.



En tercer lugar aparece la posición generalizada que atribuye lo específicamente contemporáneo a la neovanguardia que surge en los 60. Esta transformación no solo compromete al artista y su práctica sino que desde el dadá hasta el pop art, pasando por el happening, performances, arte povera, arte conceptual, entre otros, se viene produciendo una transformación en el rol del público. Las diversas vanguardias artísticas han buscado distorsionar las líneas divisorias entre arte, obra y público, realizando una completa revisión entre las fronteras arte/vida, creación/ percepción, producción/ recepción, autoridad /realidad, intentando romper la dinámica jerárquica y piramidal modelada por la pasividad del espectador. 



Tres curadoras. Tres definiciones.



Pareciera que proponer una idea única de qué es el arte contemporáneo se vuelve una tarea imposible. Con el afán de aportar a este complejo entramado de nociones rescatamos los testimonios de tres curadoras que nos aportan contribuciones iluminadoras basadas en su práctica curatorial en la Ciudad de México: Ruth Estévez, Itala Schmelz y Carmen Cebreros Urzaiz.



Desde una posición crítica y reflexiva, Ruth Estévez, escritora, curadora y directora de LIGA-Espacio para Arquitectura-DF, afirma: “el arte contemporáneo es una estructura compleja y estamos acostumbrados a un tipo de cultura popular donde todo es regido por la imagen, y el arte contemporáneo justamente no se rige tanto por la imagen sino por medio de textos y asociaciones y la mayoría de la gente está muy poco acostumbrada a este tipo de lenguaje. Entonces, su propio desentrañamiento es complicado. ¿Cómo haces para ponerlo simple y no develarlo al mismo tiempo? (…) el lenguaje del artista contemporáneo sigue siendo muy diferente al del público en general y no tiene que ver el medio en sí, sino su forma de hablar y de reflexionar acerca de ello. Creo que es precisamente porque lo que hace un artista es observar la realidad, reflexionar en torno a ella y materializarla de otra manera.”



Por su parte, Itala Schmelz, crítica y curadora de arte, plantea que el arte contemporáneo ha cambiado sus estrategias, paradigmas, lenguajes, herramientas y ahora no es tan fácil definir qué es una obra ya que muchas producciones artísticas implican procesos de comprensión más cercanos al campo de la educación y pedagogía. Esta idea se vincula con la propuesta de transpedagogía desarrollada por Pablo Helguera.



Según Helguera, desde los años noventa es posible advertir un “giro pedagógico” en el arte contemporáneo introduciendo en el proceso de su quehacer artístico algunas nociones y principios básicos de la educación para profundizar la vinculación entre los públicos y la reflexión crítica. En relación a la finalidad y eficacia del arte, Itala plantea que el arte contemporáneo ha sido la clave para deconstruir numerosos pensamientos dominantes y de control de la sociedad: “Ha sido estratégico para tener un ángulo crítico, poder desarrollar cierta ironía y humor (…) En todas las sociedades siempre ha habido puntas de lanzas y el arte contemporáneo es una de ellas, no es el espectáculo para las masas. Es esa punta de lanza la que permite tener activo el pensamiento, el lenguaje en movimiento y en alerta los paradigmas y los mecanismos de control. Si pensamos cuál es la eficacia del arte contemporáneo yo creo que es muy importante y sustantiva pero no es una eficacia que alcance a grandes masas ni que haga cambios inmediatos, es un arte que siempre se ubica del lado de la transgresión, de lo crítico, lo rebelde, lo que rompe.



Por último, Carmen Cebreros Urzaiz, curadora del Programa Bancomer-MACG Arte Actual, plantea que el artista contemporáneo es alguien en constante transformación de su subjetividad y en esos procesos transformativos es donde se construyen las obras. En este sentido se abandona la idea de genio creador que nos revela las verdades y los enigmas de la vida y el artista se vuelve alguien que se ubica en situación de comenzar de cero cada vez para producir este conocimiento a través de la obra artística. “El arte no necesariamente es pedagógico o explicativo de la realidad, lo que hace es pensar que el mundo puede funcionar de otra manera y eso puede ser desorientador o reorientador.(…) No creo que sea el deber del arte formar a nadie y si el arte adoctrina eso no es arte sino otra cosa muy peligrosa.


Sobre el rol y los mecanismos de los artistas, Cebreros propone: “El artista es alguien que pone a prueba sus propios sistemas de conocimiento y ese cuestionamiento, esa duda y esa necesidad de pensar el mundo de otras posibles maneras, no como revelación ni como verdad, sino como posibilidades para deslocalizarte y, desde esa desorientación pensar en cómo podría funcionar el para mundo.



Actualmente, una vez más la definición sobre arte contemporáneo adquiere nuevos sentidos. Nos encontramos atravesando un momento histórico signado por la multiplicación de la oferta cultural y la proliferación de objetos culturales: “atrapado en una masa caótica de objetos, el individuo creador recicla, transforma, se apodera de los signos que lo rodean”, dice Nicolas Bourriaud, quien propone la idea de postproducción . Este concepto hace referencia a la tendencia de un gran número de artistas a interpretar, reproducir, reexponer y utilizar obras realizadas por otros o productos culturales disponibles en sus ámbitos cotidianos. No se trata de citas, referencias u homenajes, sino de un nuevo uso que propone una relación activa y creativa con lo existente. Se trata de una idea del artista como “apropiscionista”, que se sirve de los códigos de la cultura, de las formalizaciones de la vida cotidiana, de todas las obras del patrimonio mundial y los reordena y hace funcionar de un modo específico, según unos sentidos específicos. Así, los nuevos artistas contemporáneos recurren a la cultura, al lenguaje cinematográfico, a la publicidad, al periodismo, al arte, a todo lo que los rodea, como una caja de herramientas con las cuales “usar” el mundo y crear complejos de significaciones.



Florencia Magaril


http://flormagaril.tumblr.com